lunes, 20 de mayo de 2013

La lavadora


   Esta mañana me dijo mi mujer que cuando llegase del trabajo tenía que tender una lavadora. A mí me pareció un poco raro, pero bueno, como soy un marido eficaz, eficiente y obediente a ello me puse. Y pasó lo que tenía que pasar: me he cargado el tendedero. Por no decir del estropicio que he causado en la cocina.
   Me costó sacar la lavadora del mueble en el que está incrustada lo nunca visto, y cuando casi la tengo fuera, en el último tirón para sacarla, arranqué la goma con la toma del agua. Menos mal que soy hombre previsor y había puesto el agua fría en el termostato de la lavadora, sino me podía haber escaldado. Y allí estaba yo, llevando la lavadora al tendedero, hasta que en uno de los momentos que paré para retomar el aliento me di cuenta que sería mucho más fácil el transporte si pulsaba el botón de media carga. Y no veáis que diferencia, que bien hacen los ingenieros estas cosas, y encima funcionan. También pulsé el botón del planchado fácil, que cosas más raras se han visto, y si no lo hago seguro que después me cae la charla. Y me acordé de quitar el centrifugado, que una vez tendida llega una racha de aire y pone a la lavadora a dar vueltas en el tendedero, y podía ser peligroso.
   Ya en el tendedero me surgió una dudas: ¿pongo de esas pinzas de goma que no dejan marca o de las normales? Pero primero tenía que subir la lavadora al tendedero. Así que como no tenía una cuerda a mano tuve una brillante idea: enganché el cable de la aspiradora con la lavadora a través de una polea hecha con el rodillo para amasar, previamente taladrado a la pared del tendedero con un tornillo rosca-pasa del 8. Y al enchufar la aspiradora la cosa como que no funcionaba. Pero pronto me percaté que estaba seleccionado el modo parqué, y claro, como en el tendedero hay gres pues no funcionaba. Fue girar el botoncillo hacia la posición adecuada y empezar a funcionar el invento. Ya en ese momento empezaron los aplausos de los vecinos, jaleando cada uno de mis movimientos de izado.
   Pero cuál fue mi sorpresa al percatarme de una circunstancia en la que no había caído: ¿dónde engancho las pinzas? Así que no me quedó más remedio que improvisar: abrí el cajetín del suavizante, lo acerqué a la cuerda y zas! Enganchada la primera de las pinzas. Pero con una sola pinza veía yo la cosa poco estable, así que decidí poner otra. Abrí la puerta lateral (hubiera sido más fácil si hubiese sido de carga superior, pero hay cosas en las que no caes cuando compras electrodomésticos) y allí planté la otra pinza, y para asegurarme de hacer las cosas al menos medio bien, planté en cada lado una de cada modelo, así la bronca me la llevaría a medias, pensé. Y en ese momento llegó el sonoro aplauso de los vecinos, que con camisetas de todo tipo a modo de uniforme (recuerdo haber visto una de las Olimpiadas de Seúl ’86 y otra con Cobi, deben ser voluntarios para cuando vengan los del Comité Olímpico Internacional que vean que  soñamos con los Jugos Olímpicos, literalmente) coreaban “el del tercero, el del tercero,…”
   Y cuando me disponía a volver a mi sofá y descansar, me doy cuenta que está cayendo ropa de dentro de la lavadora al estar la puerta abierta. Claro, con eso tampoco había contado. Pero como el tendedero estaba ocupado por la lavadora, y ante la ausencia de más cuerdas, me apresuré a hacer lo más lógico, algo que todo el mundo haría en mi situación: coger una silla y empezar a colgar las cosas por allí de la mejor manera posible, teniendo cuidado de que nada se cayese.
   No os podéis imaginar la cara que puso mi mujer cuando llegó a casa y vio aquello. Hala, que a mí en otra no me pilla. Mañana, cuando me diga que ponga el lavavajillas,  ya sé lo que tengo que decir: ¿Dónde lo pongo?