viernes, 27 de diciembre de 2013

lunes, 9 de diciembre de 2013

La culpa es de Tomás

El otro día comentaba mi amigo Tomas la variedad de turrones existentes en el mercado en la actualidad (citaba el turrón de tarta de San Marcos, el turrón de ron con pasas o el de ginebra con limón), cuando de toda la vida los turrones existentes han sido el duro y el blando, al que se agregó hace ya algunos años el turrón de chocolate.
Y tras esta reflexión me dio por ponerme a pensar, llegando a una conclusión irrefutable y real: los seres humanos somos gilipollas por naturaleza, y de vez en cuando, cuando tenemos la oportunidad de negocio a la vista, lo explotamos hasta la saciedad. Y cuando un producto está totalmente exprimido ya nos las ideamos para darle una vuelta de tuerca y zas!!! sacarnos de la manga un producto alternativo al original al que tenemos la desfachatez de calificar como mejorado. Y nos quedamos tan anchos. Os voy a poner algún ejemplo para que mi reflexión quede más clara.
Cuando me puse a pensar en esos productos que son resultado de nuestras ansias de vender lo que sea, saltaron varios a mi mente. Pero hay uno que si os ponéis a pensar ha sido uno de los engaños más fructíferos para estos visionarios, que ya está asentado como producto en el mercado y todo el mundo lo consume. Lo que pasa es que no leemos lo que compramos, y mucho peor, no analizamos con tranquilidad aquello que adquirimos en el supermercado. Porque, ¿a quién le saben a anchoa las aceitunas rellenas de anchoa? Sí, es un producto que a aceituna no sabe, ¿pero a anchoa? Pues tampoco. Probad, probad. Comprad una lata de aceitunas, una lata de anchoas e intentad hacer vosotros mismos el aperitivo. Veréis como no os sale igual. Lo primero porque cuando queráis comprar una lata de anchoas os van a soplar de tres euros para arriba, y una lata de aceitunas rellenas de anchoa os sale por poco más de un euro. Ya algo falla. ¿Y si no le meten a las aceitunas rellenas de anchoa anchoas, y le meten un sucedáneo de anchoa? Ahora que caigo, la próxima vez que vaya a comprar anchoas, compro una lata de aceitunas rellenas de anchoa, y con toda la paciencia de la que sea capaz me pongo a sacar los trocitos de anchoa, y por mucho menos precio tengo mis anchoas ya fileteadas y además unas aceitunas. ¿Qué beneficio tienen los pescadores de anchoas, si les tiene que salir más barato venderlas en lata y sin embargo son mucho más caras? Para meterlas en aceitunas tienen que comprar aceitunas, quitarles el hueso (esa es otra, con lo entretenido que es meterte una aceituna en la boca e ir mondándola poco a poco, dándole vueltas por la boca como si no tuvieses dientes, para ir acostumbrándonos a lo que nos espera dentro de unos años), pescar las anchoas, cortarlas y meterlas en las aceitunas. Y todo ese proceso es mucho más barato que meter las anchoas en una lata. Pues que me lo expliquen.
Otro de los productos estrella son las patatas fritas sabor jamón, que a jamón no saben, pero en un momento de gusa pues te las acabas comiendo. No nos engañemos, de jamón las patatas tienen lo que yo de astronauta. Entonces es cuando llega el típico gilipollas que dice: “pues dan el pego”. A ti sí que te pegaba yo, pero con el jamón que han utilizado para hacer las patatas. “No, es que someten a las patatas a un tratamiento de vacío con aroma a jamón para que absorban todo el sabor” Y el aroma del jamón lo extraen de jamones Joselito o Cinco Jotas, no te jode. Vacía tienes tú la cabeza por creerte todo lo que te dicen. Las patatas fritas con sabor jamón tienen de jamón el color que le ponen a la bolsa. Y ya.
Pero bueno, como no os quiero cansar con mis idas de olla os voy a ir dejando, con el aviso de que a partir de ahora, por favor, leáis aquello que vais a comprar antes y analicéis el contenido del producto. Me piro al Mercadona que creo que han sacado un producto de esos a los que les ponen el cartel de ¡NOVEDAD! y todo el mundo pica. Creo que son mejillones con nocilla…

lunes, 21 de octubre de 2013

Pensamientos surrealistas (XII)

   Si un amigo viene a casa y mete en el microondas una aspirina con el grill a tope, ¿me está dorando la píldora?

jueves, 26 de septiembre de 2013

domingo, 22 de septiembre de 2013

Pensamientos surrealistas (VI)

   Si un profesor sorprende a un alumno copiando en un examen y le da una colleja, ¿le da un golpe maestro?

jueves, 19 de septiembre de 2013

sábado, 14 de septiembre de 2013

Pensamientos surrealistas (III)

   Hoy me he levantado dando un salto mortal, pero el jurado sólo me ha puesto un 8,75 porque no he caído dentro de las zapatillas...

Pensamientos surrealistas (II)

   Los colores flúor, ¿son los más recomendados por los modistos de los dentistas?

Pensamientos surrealistas (I)

   Si me compro un tractor que viaja en el tiempo, ¿me estoy labrando un futuro?

Conspiración

   Nadie se ha dado cuenta, pero existe una conspiración judeo-masónica que ríete tu de códigos Da Vinci, Áreas 51, asesinatos de Kennedy, falsos viajes a la luna, chicas de la curva y todas aquellas leyendas urbanas interpuestas por no se sabe quien, como sí fueran los cuentos de los hermanos Grimm, diseñados para asustar al populacho, desviando la atención de todas aquellas cosas que de verdad importan.
   Pero lo que he descubierto es mucho más importante que todo eso, algo que os hará cambiar la perspectiva de lo que es la vida. Una confabulación de la que nadie habla pero que a todos nos afecta: ¿por qué sí los paquetes de salchichas tienen 5 o 7 unidades, los paquetes con pan de perrito traen 6 panes? Es que hay que joderse, o te sobra un pan o te sobra una salchicha. Lo de la salchicha pase, porque al final siempre hay alguien que se la acaba metiendo entre pecho y espalda en un acto de valentía, pero del pan no tiene perdón, que una semana después de haber cenado perritos allí sigue el pan, solito, envuelto en la bolsa de plástico original cerrada por un nudo, porque esa es otra, ¿qué tipo de ingeniería hay que estudiar para poner un alambre de esos que suele cerrar este tipo de panes? Cuando te crees tan listo para desenroscarlo de sí mismo y ya le has dado tres vueltas, comienza a enrollarse de nuevo, haciendo prácticamente imposible abrir el paquete, a no ser que te acerques el paquete con el alambre a un palmo de los ojos, saques la puntita de la lengua por uno de los lados de la boca y te fijes muy bien para poder desenmarañar esa situación.
   Y allí se queda el pan, hasta que llega el momento en que comienza a tornarse verdoso y va a la basura, gracias a la confabulación entre empresas salchicheras y panificadoras de molde. ¿Qué les cuesta ponerse de acuerdo? Pero si es que ni ellos mismos saben lo que hacen, como para ponerse de acuerdo con otra empresa, y para muestra, un botón: de toda la vida el pan de molde ha venido con su corteza, y con esas dos rebanadas que son sólo corteza (los culos) para, según el fabricante, ayudar a que el pan aguante tierno más tiempo. Pero, ¿qué pasa con el pan sin corteza? ¿No se reseca sin los culos?
   Por cierto, si alguno os lo preguntáis, no he cenado perritos...

miércoles, 14 de agosto de 2013

El abrefácil


Puf, estaba yo pensando la capacidad de pensamiento que tiene el ser humano, y la facilidad con la que se desarrollan los adelantos tecnológicos en el mundo hoy en día. Y es que sí te pones a pensarlo, el hombre ha estado en la luna, y desde hace no sé cuántos años hay personas orbitando alrededor de La Tierra (que digo que cuando vuelvan los astronautas que pasan allí tanto tiempo, cojan un coche y pillen una rotonda y tengan que hacerla entera no les tiene que hacer ni puñetera gracia; o cuando sus parejas les digan “vamos a dar una vuelta” les empiece un tic de esos molestos que te salen de vez en cuando en un ojo, que por cierto, ¿alguien sabe por qué sólo te da el temblor en un ojo y no en los dos?) Bueno, a lo que iba, como hemos evolucionado desde aquel mono que cogió un hueso y lo utilizó para golpear otro hueso, mientras de fondo sonaba “Así habló Zaratustra” de Richard Strauss…o no era así…En definitiva, los ingenieros han construido naves espaciales tripuladas, satélites que pueden ver galaxias lejanas, presas que se ven desde el espacio, puentes colgantes kilométricos, etc. 
Pero no seremos seres evolucionados completos hasta que un ingeniero invente algo definitivo, que cambie de verdad nuestras vidas: UN ABREFÁCIL QUE FUNCIONE!!! Me descojono cada vez que veo un paquetito de lo que sea con la etiqueta “Ahora con abrefácil”. ¿No os dais cuenta que es publicidad engañosa o incluso fraudulenta?¿Pero a quién cojones se le ha ocurrido empaquetar los macarrones en un papel celofán? Lo abras por donde lo abras, una vez rasgas por el simbolito donde se ve una mano agarrando el paquetito tirando hacia arriba y otra mano tirando hacia abajo y una línea de puntos no puedes parar, y es el momento en el que se cae el primer macarrón mientras intentas girar el corte que has hecho hacia el lateral para que la parte rasgada no se haga más grande, que es cuando se te caen tres o cuatro macarrones más. Y al final acabas cogiendo el paquete de los jodíos macarrones con una mano torcida para volcarlo rápido en el bote de los macarrones que tienes justo en uno de los estantes más altos del mueble de la cocina y que se te ha olvidado bajar antes de abrir el dichoso paquete, con lo que mientras lo coges el bote otro macarrón cae al suelo…
Y es que no sólo pasa con los macarrones, y en general, con garbanzos, lentejas y judías, que son envueltos en esa trampa de plástico, que bueno, todavía se pueden recoger si no se te han caído muchos. Pero ¿y pan rallado? ¿Quién ha sido el cacho cabrón al que se le ha ocurrido venderlo así?
Otro tipo de abrefácil está en los envases de embutido: en este caso siempre siempre pasa lo mismo: por la esquinita en la que pone “abrir por aquí” nunca se levanta el plástico. Tienes que buscar la pestañita en cualquiera de las otras tres esquinas. Y una vez que ya lo has conseguido abrir, ya puedes ir metiendo las lonchas de lo que sea en papel de aluminio, porque es imposible cerrar aquello, y como no lo cambies de sitio la próxima vez que vayas a comer va a estar totalmente reseco aunque en el envoltorio ponga aquello de “Ahora con cierre para mantener el producto siempre fresco”. Y como tengas la suerte de que lo que hayas comprado tenga las lonchas separadas por unas finas láminas de plástico, ya puedes tener papel de cocina al lado, porque te vas a poner los dedos finos intentando quitar la mierdalplástico a la vez que la loncha que intentas despegar se rompe. Pero lo peor son las cuñas de queso ya cortadas. Atrévete a sacar la primera loncha: si coges el lateral, donde está la corteza, te llevas solo la corteza; si coges del medio te llevas un taco de lonchas…mire señor García Baquero, usted limítese a hacer el queso que ya lo cortaré yo, que además me gustan las lonchas un pelín más gruesas.
Pero no es el ámbito de la alimentación el único al que le hacen falta abrefáciles: por favor, señores ingenieros y diseñadores, ¿no hay otra manera de pegar el inicio de los rollos de papel higiénico? Cada vez que empiezas uno, intentas despegarlo por una esquinita, y cuando lo consigues e intentas despegar el resto ZAS!, se te rompe y sigues rompiendo y das una vuelta entera mientras el otro lado sigue pegado. JA, e intenta igualarlo…es como hacer un cubo de Rubik: imposible. Al final, entre unas cosas y otras acabas perdiendo tres vueltas de papel, y cuando ya has terminado inevitablemente te pones a pensar que en breve tendrás que despegar otro rollo, y pasa lo que pasa: se te pone el tic en el ojo…
Y luego está el otro mega invento: el film transparente de cocina, que viene con la sierrita en la caja y que funciona por el forro los cojones. Es imposible cortar un trozo de film con esa cosa. Al principio parece que va bien, pero cuando tiras un poco más a tomar por culo el invento: de un lado se te queda más largo, pero a la vez está más estirado, y como lo tenses un poquito más de la cuenta ya se ha hecho la raja y tienes que tirarlo y volver a coger otro trozo. Y como eres gilipollas dice: “Voy a volver a intentarlo que ahora me sale seguro.” Y te sale…igual que la vez anterior. Yo conozco gente que se ha pasado una tarde entera así para tapar la masa de las croquetas, han tenido que bajar al supermercado a comprar más film porque han acabado con el de casa de tanto intentarlo y se han acabado llevando un guantazo de la cajera: la mujer creía que estaba intentando ligar con ella, porque el del film transparente no paraba de guiñarle el ojo…

El ladrón de tampax


   Eres un ladrón de esos que van al despiste en las piscinas, en busca de la chica que deja su bolso abierto de par en par mientras está tomando al sol en la tumbona, con las gafas de sol puestas y los ojos cerrados. Ves a tu presa, oteas el recinto para comprobar que no hay nadie observando y buscando a la vez la salida más próxima del recinto para asegurarte la huida. Lo tienes todo bajo control y te decides a acercarte, de una manera sigilosa pero disimulada, sin hacer ruido, como si fueses a pasar por allí de camino hacia algún otro sitio. Ves el bolso, de esos grandes, de mimbre, abierto, por el que asoman un monedero y un neceser, mientras que otra parte queda cubierta por un pareo. ¿Habrá un iPhone 5 debajo? O aún mejor, un iPad. Te sientas en la tumbona de al lado, y te aseguras que nadie mira. Te decides. Te inclinas hacia el bolso, metes la mano y coges aquello que siempre has deseado: UN TAMPAX. 
   Justo en el momento en que lo coges y lo sacas del bolso, la chica, que resulta ser Amaia Salamanca, abre los ojos y te sujeta la mano, quitándote el botín. Te mira a los ojos y tú le muestras tu sonrisa Profident. Te sonríe, y como castigo te introduce el tampax en el puño. Se empieza a acercar gente a ver la escena. Te enseña a ponerte el tampax, y tu, ojiplático y con una sonrisa que muestra hasta los colmillos, te das por satisfecho y aprendes la lección. Menos mal que no le has quitado del bolso el MICRALAX…

jueves, 8 de agosto de 2013

El hueso que no era hueso

   Allí estaba yo, observando la cocina tras la rehabilitación después del incidente con la lavadora, cual conquistador oteando el valle que acaba de añadir a sus terrenos, con los brazos en jarra y las manos en las caderas, que parecía que me iba a poner a bailar una jota aragonesa (sólo me faltaba el pañuelo en la frente y el vaivén de izquierda a derecha), cuando de pronto, al girarme, zas!!! Sentí uno de los dolores más terribles que puede sentir el ser humano, muy por encima del dolor producido por la inflamación del astrágalo o por una patada en las gónadas…me golpeé en el hueso dulce.
   El hueso dulce, esa parte de tu cuerpo de la que no eres consciente hasta que algún día llega alguno de tus primos mayores, de esos que bebían cerveza mientras tú aún jugabas con los clicks, y empiezan a sobarte el codo y a dejarte el brazo medio tonto, cosa que al principio tenía su gracia y te reías. Pero cuando con la coña te dejaban los dos brazos colgando y no podías ni recoger tus clicks del suelo ya no te reías tanto, y acababas llorando con los brazos como peleles, los hombros caídos y los mocos colgando, porque no eras capaz ni de pasarte el antebrazo por la nariz para limpiártelos. Eso sí, en cuanto podías te tomabas tu venganza, y cogías el frasco de Farala de tu prima la fea y lo vaciabas sobre el cajón donde tu primo guardaba la camiseta de Naranjito y las revistas de mujeres pobres que no tenían ni para ropa.
   El hueso dulce, que resulta que ni siquiera es un hueso, es un nervio que pasa por el codo y al pinzarse zas!!! Te deja el brazo tonto. Pero, ¿a quién se le ocurrió ponerle el nombre de hueso dulce? ¿En qué estaba pensando? Hubiera sido mucho mejor “nervio eléctrico”, que al fin y al cabo lo que se siente cuando te golpeas es como un calambrazo; o “nervio dormilón”, porque te deja el brazo atontolinao. Pero no, tuvo que ser hueso dulce, lo que haga que venga a mi mente una serie de preguntas absurdas pero que a la vez tienen su miga: ¿tienen los diabéticos el hueso dulce garrapiñao? ¿Si me golpeo el hueso dulce con una botella de vinagre se compensa el dolor dulce con la acidez? ¿El motivo por el que a mi gata le encante olerme los codos es el hueso dulce?
   Y en la cocina estaba cuando me golpeé, y seguí las reglas básicas que han de seguirse para calmar el dolor, que son:
   1º Cerrar los ojos. Pero haciendo fuerza y arrugando la nariz. Todo el mundo sabe que el porcentaje de dolor baja de manera considerable cuando cierras los ojos tras darte un golpe.
   2º Resoplar. Importante hacerlo con los ojos cerrados. El dolor baja aún más.
   3º Llevarte la mano a la zona golpeada. Con nuestras manos mágicas y con poderes conseguimos extraer el dolor sólo situándolas en las zonas doloridas.
   4º Caminar por el lugar donde se produce el golpe haciendo la forma del ocho.
   Con estas sencillas acciones el dolor se minimiza, motivo por el que estaba yo ya por el cuarto o quinto ocho cuando zas!!! Me volví a golpear el hueso dulce, pero esta vez el del otro brazo, por lo que no pude ya practicar la imposición de las manos, y allí me quedé, con los brazos colgando y moviéndome de izquierda a derecha intentando agarrarme los brazos, pero no conseguía que se juntasen…

lunes, 20 de mayo de 2013

La lavadora


   Esta mañana me dijo mi mujer que cuando llegase del trabajo tenía que tender una lavadora. A mí me pareció un poco raro, pero bueno, como soy un marido eficaz, eficiente y obediente a ello me puse. Y pasó lo que tenía que pasar: me he cargado el tendedero. Por no decir del estropicio que he causado en la cocina.
   Me costó sacar la lavadora del mueble en el que está incrustada lo nunca visto, y cuando casi la tengo fuera, en el último tirón para sacarla, arranqué la goma con la toma del agua. Menos mal que soy hombre previsor y había puesto el agua fría en el termostato de la lavadora, sino me podía haber escaldado. Y allí estaba yo, llevando la lavadora al tendedero, hasta que en uno de los momentos que paré para retomar el aliento me di cuenta que sería mucho más fácil el transporte si pulsaba el botón de media carga. Y no veáis que diferencia, que bien hacen los ingenieros estas cosas, y encima funcionan. También pulsé el botón del planchado fácil, que cosas más raras se han visto, y si no lo hago seguro que después me cae la charla. Y me acordé de quitar el centrifugado, que una vez tendida llega una racha de aire y pone a la lavadora a dar vueltas en el tendedero, y podía ser peligroso.
   Ya en el tendedero me surgió una dudas: ¿pongo de esas pinzas de goma que no dejan marca o de las normales? Pero primero tenía que subir la lavadora al tendedero. Así que como no tenía una cuerda a mano tuve una brillante idea: enganché el cable de la aspiradora con la lavadora a través de una polea hecha con el rodillo para amasar, previamente taladrado a la pared del tendedero con un tornillo rosca-pasa del 8. Y al enchufar la aspiradora la cosa como que no funcionaba. Pero pronto me percaté que estaba seleccionado el modo parqué, y claro, como en el tendedero hay gres pues no funcionaba. Fue girar el botoncillo hacia la posición adecuada y empezar a funcionar el invento. Ya en ese momento empezaron los aplausos de los vecinos, jaleando cada uno de mis movimientos de izado.
   Pero cuál fue mi sorpresa al percatarme de una circunstancia en la que no había caído: ¿dónde engancho las pinzas? Así que no me quedó más remedio que improvisar: abrí el cajetín del suavizante, lo acerqué a la cuerda y zas! Enganchada la primera de las pinzas. Pero con una sola pinza veía yo la cosa poco estable, así que decidí poner otra. Abrí la puerta lateral (hubiera sido más fácil si hubiese sido de carga superior, pero hay cosas en las que no caes cuando compras electrodomésticos) y allí planté la otra pinza, y para asegurarme de hacer las cosas al menos medio bien, planté en cada lado una de cada modelo, así la bronca me la llevaría a medias, pensé. Y en ese momento llegó el sonoro aplauso de los vecinos, que con camisetas de todo tipo a modo de uniforme (recuerdo haber visto una de las Olimpiadas de Seúl ’86 y otra con Cobi, deben ser voluntarios para cuando vengan los del Comité Olímpico Internacional que vean que  soñamos con los Jugos Olímpicos, literalmente) coreaban “el del tercero, el del tercero,…”
   Y cuando me disponía a volver a mi sofá y descansar, me doy cuenta que está cayendo ropa de dentro de la lavadora al estar la puerta abierta. Claro, con eso tampoco había contado. Pero como el tendedero estaba ocupado por la lavadora, y ante la ausencia de más cuerdas, me apresuré a hacer lo más lógico, algo que todo el mundo haría en mi situación: coger una silla y empezar a colgar las cosas por allí de la mejor manera posible, teniendo cuidado de que nada se cayese.
   No os podéis imaginar la cara que puso mi mujer cuando llegó a casa y vio aquello. Hala, que a mí en otra no me pilla. Mañana, cuando me diga que ponga el lavavajillas,  ya sé lo que tengo que decir: ¿Dónde lo pongo?

lunes, 1 de abril de 2013

Cambio de hora


   Bueno, pues ya ha llegado el momento, ese rato que llega todos los años un par de veces y que hace que de buenas a primeras cuando antes tenías sueño ahora tienes hambre, y cuando antes tenías hambre ahora vas y tienes sueño. Con esto del cambio de hora se ahorrarán millones de euros, de los que vosotros ni yo veremos un céntimo, pero te deja descolocao por lo menos dos o tres días. El día de antes porque te tiene medio loco pensando en si duermes una hora más o una hora menos, cuando en realidad duermes lo mismo, lo único que el resto del día se hace más corto o más largo, según toque, aparte de pensar que pasaría si no cambias la hora de los relojes que tienes en casa, (que oscilan entre seis o treinta, dependiendo de las casas) si llegarás tarde o temprano al trabajo. Y pensando pensando se te echan encima las dos de la madrugada, y como en esta ocasión haces un viaje en el tiempo sin Delorean ni ná que dura exactamente una hora. Y al día siguiente te levantas, miras el reloj, y pasa lo que tiene que pasar: que no tienes ni puta idea de la hora que es, y lo mismo te da por ir a comprar churros porque crees que son las once y cuando llegas a la churrería resulta que son las doce y cuarto, el churrero ya se ha ido y no se te ocurre otra cosa que ir a la panadería y para matar el capricho churreril te compras cuarto y mitad de saladitos (cuatro y mitad, que medidas más españolas que tenemos, como las fanegas, el celemín o la arroba, que la inventamos mucho antes que existiera “el internes”; vete tú a Londres y pide “a quarter and a half” de fish and chips, verás que risa) y te haces un lunch de esos que toman los modernos. Pero como no eres moderno ni ná, te haces un Cola Cao con los saladitos y te quedas tan agusto. Entonces es cuando te llama alguien por teléfono y te hace las dos preguntas de rigor: 1º ¿A qué hora te has levantao? 2ª (y más importante, por el énfasis que se pone a la hora de expresarla) ¿De la hora nueva o de la antigua? Y hala, otra vez a pensar, mientras miras hacia arriba y entornas un poco los ojos en actitud reflexiva y con la lengua intentas sacar una semilla se sésamo que se te ha quedado entre las muelas…
   Y el tercer día es cuando intentas retomar la rutina, mientras te acuerdas del gilipollas del presentador del telediario, que son su cara de pánfilo va diciendo que el cambio de hora afecta sobre todo a niños y a personas mayores, y tú con tus ojeras y la mirada de de dormido mucha cara de niño no tienes…
   Y yo me pregunto, sí lo que quieren es ahorrar ¿por qué no adelantar dos horas el reloj en estos tiempos de crisis? ¿Cómo harían en la antigua Roma para adelantar o atrasar los relojes de sol? ¿Movían los edificios donde se encontraban situados los relojes? Ya imagino a los pobres esclavos de turno moviendo dos veces al año el Coliseo... ¿Y qué pasa con los relojes de arena? ¿Cómo se adelantan? ¿Se les da una vuelta entera o no se les da ninguna?
   Pero lo peor, lo peor de todo esto es algo que nadie puede solucionar, y el verdadero motivo por el que se hace un cambio de hora: es imposible cambiar la hora del reloj del coche, por mucho ordenador de a bordo que tenga, GPS, USB, Wi-Fi o Supermiriafiori. De este modo las marcas se aseguran que lleves el coche al taller, para que aprovechando el cambio de aceite de turno, le digas al mecánico “y a ver si me puedes poner el reloj en hora”.
   Y como ya está acabando el tercer día del ciclo de cambio horario, parece que me encuentro un poquito mejor y se me han acabado las ideas, lo voy a dejar aquí, aunque sé que dentro de seis meses volveré a pensar lo mismo, aunque el viaje en el tiempo será al pasado, aunque todavía no se si nos metemos en un agujero de gusano o cómo lo hacemos…

martes, 12 de febrero de 2013

El bingo on line

   Hay que ver lo que avanzan los tiempos...ya hasta al bingo se puede jugar desde casa, e incluso a la ruleta, que no hacen más que anunciarlo en la tele esos presentadores pseudoguapetes que llevan en el currículum haber participado en un reality o haber sido imagen del catálogo de Modas Peláez, y que ahora se ven con la oportunidad de salir por la caja tonta, a unas horas intempestivas eso sí, y que tienen a sus madres con las ojeras puestas todo el día porque se quedan a ver al retoño hasta las mil, y como todavía no han aprendido a programar el VHS, ni se les ha ocurrido aprender a programar el DVD-Grabador. Pero también hay presentadoras, de esas que hasta hace poco conducían esos concursos culturales nocturnos en los que había que adivinar un animal, cuyo nombre tenía cuatro letras, empezaba por V, terminaba por CA, y que era tan tan difícil que nadie lo acertaba. Nunca vi a nadie acertarlo, y me quedé con la intriga de saber de qué animal se trataba…
   Pero a lo que iba, ¿dónde quedan aquellos tiempos en los que nuestras abuelas a lo más que jugaban era a enviar cartas para participar en concursos a cambio de juegos de vasos, sartenes y cosas así? Se tiraban las pobres ancianas meses guardando las tapas de los yogures Yoplait, haciendo que toda la familia comprase de esa marca, echando yogur hasta a las lentejas para que quedasen más suaves (que sí, que más suavemente asquerosas quedaban), y tu cada vez que ibas a verla, buscando la monedita de la semana, que unos días eran cinco duros y te convertías en el chaval más feliz del mundo, y otros días era esa moneda extraña de diez pesetas, que te dejaba el cuerpo destemplado mientras pensabas que con eso te daba sólo para un par de paquetes de cromos, y a cambio te tenías que merendar al menos dos yogures (eso sí, los de Yoplait tenían los mejores sabores, de vainilla y de naranja, sabores inimaginables para otra marca de yogures de la época). Y que no se te ocurriese ni pensar en quitar tu mismo la tapa, no fuera a ser que la rompieses y montases el desastre, con amago de infarto incluido porque con la dichosa tapa ya sólo le faltaban cien más para conseguir la cubertería tan deseada (que luego, cuando finalmente la conseguía, resulta que los cubiertos tenían el mango de plástico, y como fueses a pinchar algo más duro de lo normal se doblaba el tenedor, sin entrar a valorar los cuchillos, que para lo único que valían era para untar Nocilla, porque lo más que cortaron fue el plástico de un paquete de galletas, que todavía en aquella época no existía el abrefácil, y sigue sin existir, como dije hace tiempo, pero eso es otra historia…)
   Luego ya llegó la teletienda, pero claro, no había concursos, se tenía que gastar los cuartos y lo de la paga quedó en un simple recuerdo, y echaba de menos incluso la moneda de diez pesetas, que como mi paga, quedó relegada al ostracismo (que también menuda palabra, a mi de pequeño sólo escucharla se me ponían los pelos de punta, porque pensaba que el ostracismo era meterte en una piscina llena de ostras donde te iban dando picotazos con las conchas hasta que acababan contigo…). Y cuando iba a casa de la abuela pues ya no me daba yogures para merendar, me daba tomates. Y es que se compró los cuchillos Ginsu y para enseñármelos me hacía la misma demostración que hacía el chino en la tele cada vez que iba a verla. Un día casi me hace comerme un clavo que había cortado siguiendo el anuncio, porque se quedó sin tomates y yo tenía que merendar algo a toda costa…
   Con el tiempo llegaron de nuevo los concursos, esta vez a través de los SMS. Y allí estaba mi abuela, con el móvil en una mano y la lupa en otra, porque la letra era muy pequeña y no veía bien la pantalla. Cuatro meses le costó enviar el primer mensaje, porque hasta que descubrió que tenía que escribir rápido las letras se le quedaban fijas en la pantalla, y cuando creía que había terminado sólo había escrito “aaaaaaaa aaaa aaab”, y claro, como no sabía borrar lo escrito, apagaba el móvil y lo volvía a encender. Doscientos dieciocho mensajes guardados tenía un día que le cogí el móvil. Eso sí, cuando aprendió cogió soltura, y al mismo tiempo soltó la artrosis, así que enviar mensajes le servía de gimnasia, y como la operaron de la vista y ya no le hacía falta la lupa, iba a todas partes con el móvil enviando mensajitos. Hasta para cruzar las calles lo utilizaba, porque veía el cartel en los semáforos, ese que decía “Peatón pulse” y ella enviaba “Pulse” al número de mi madre (no sé por qué siempre al mismo), y como había alguien que pulsaba, ella creía que funcionaba y lo seguía haciendo. Lo bueno de todo esto es que sabíamos que estaba en la calle cuando enviaba el mensaje…
   A todo esto mi abuela era de bingo todas las tardes de jueves con sus amigotas. Las veías venir de frente a todas juntas y acojonaban más que un grupo de moteros de los ángeles del infierno. Era encontrártelas por la calle cuando iban camino del bingo y el tiempo se ralentizaba: un grupo de mujeres mayores caminando a cámara lenta, recién salidas de la peluquería, con sus relucientes permanentes o cardados de color lila, todas con sus abrigos de pieles (aunque fuese agosto) y sus bolsos, alguna ya con bastón, camino a comprar sus cartoncitos y a echar sus partiditas. Pero poco a poco las amigotas fueron falleciendo, y mi pobre abuela ya no tenía con quién pasar la tarde de los jueves.
   Hasta que se apuntó a un curso de informática en el hogar del jubilado. Resultó que se le daba de miedo, y la contrataron para echar una mano al profesor en los cursos de ofimática. Y yo, como seguía yendo a visitarla de vez en cuando, en parte porque tenía la esperanza de que me diese un Yoplait de naranja para merendar, o porque soñaba encontrarme una monedilla de diez pesetas por algún cenicero, un buen día la llevé un portátil que ya no utilizaba. Y la mujer se quedó tan contenta cuando se lo di, que hasta se le olvidó darme de merendar. Maldita la hora en la que se lo regalé: estuvimos una semana sin saber nada de ella, hasta que fuimos a su casa. Cuando llegamos nadie contestaba ni nos abrió, así que nos temíamos lo peor. Pero como teníamos llaves entramos, y escuchamos el ruido de la tele de fondo. La llamamos tres veces, pero seguía sin contestar. Fue la vez que más largo se me hizo el pasillo donde tantas veces había jugado. Pero cuando llegamos al salón encontramos algo que no nos esperábamos: mi abuela, con unos cascos con auricular delante del ordenador, ¡¡¡jugando al bingo on line!!!
   Ya cuando nos vio y se quitó los cascos nos contó que el día que la llevé el portátil había estado trasteando con él, pero como no tenía Internet pues se acabó aburriendo. Así que al día siguiente se llevó el ordenador al hogar del jubilado, y el profesor le instaló un programa que decodificaba la señal Wi-Fi que detectase, por muy cifrada y mucha clave secreta que tuviese la señal. Y llegó a casa y le aparecieron un montón de señales, e hizo lo que le enseño su amigo: se conectó a la señal que más alcance tenía, que resultó ser la de su vecino de arriba, un friki que se debía pasar el día con el ordenador encendido, porque la señal no se desconectaba nunca. Y descubrió lo del bingo on line con un anuncio de la tele. Y allí estaba, con su pantalla configurada con una resolución de 800 x 600 píxeles, que nos contó que era la que recomendaban en el programa para poder ver el cartón perfectamente, y también nos contó que le dijeron que tenía que abrir un puerto para que la conexión fuese directa y no se perdiese, y que ella decidió abrir el puerto 18.657, porque era el número al que el difunto abuelo estaba abonado en la peña durante treinta años, hasta que falleció.
   Y allí la dejamos, con sus cascos, su tele y su bingo, echando de menos al abuelo y a sus amigas, mientras que yo siempre recordaré su perfume y seguiré buscando esas monedas que nunca volví a ver.
(Dedicado a todas las madres y abuelas, sin las que nosotros no hubiésemos llegado a ninguna parte…)