miércoles, 14 de agosto de 2013

El abrefácil


Puf, estaba yo pensando la capacidad de pensamiento que tiene el ser humano, y la facilidad con la que se desarrollan los adelantos tecnológicos en el mundo hoy en día. Y es que sí te pones a pensarlo, el hombre ha estado en la luna, y desde hace no sé cuántos años hay personas orbitando alrededor de La Tierra (que digo que cuando vuelvan los astronautas que pasan allí tanto tiempo, cojan un coche y pillen una rotonda y tengan que hacerla entera no les tiene que hacer ni puñetera gracia; o cuando sus parejas les digan “vamos a dar una vuelta” les empiece un tic de esos molestos que te salen de vez en cuando en un ojo, que por cierto, ¿alguien sabe por qué sólo te da el temblor en un ojo y no en los dos?) Bueno, a lo que iba, como hemos evolucionado desde aquel mono que cogió un hueso y lo utilizó para golpear otro hueso, mientras de fondo sonaba “Así habló Zaratustra” de Richard Strauss…o no era así…En definitiva, los ingenieros han construido naves espaciales tripuladas, satélites que pueden ver galaxias lejanas, presas que se ven desde el espacio, puentes colgantes kilométricos, etc. 
Pero no seremos seres evolucionados completos hasta que un ingeniero invente algo definitivo, que cambie de verdad nuestras vidas: UN ABREFÁCIL QUE FUNCIONE!!! Me descojono cada vez que veo un paquetito de lo que sea con la etiqueta “Ahora con abrefácil”. ¿No os dais cuenta que es publicidad engañosa o incluso fraudulenta?¿Pero a quién cojones se le ha ocurrido empaquetar los macarrones en un papel celofán? Lo abras por donde lo abras, una vez rasgas por el simbolito donde se ve una mano agarrando el paquetito tirando hacia arriba y otra mano tirando hacia abajo y una línea de puntos no puedes parar, y es el momento en el que se cae el primer macarrón mientras intentas girar el corte que has hecho hacia el lateral para que la parte rasgada no se haga más grande, que es cuando se te caen tres o cuatro macarrones más. Y al final acabas cogiendo el paquete de los jodíos macarrones con una mano torcida para volcarlo rápido en el bote de los macarrones que tienes justo en uno de los estantes más altos del mueble de la cocina y que se te ha olvidado bajar antes de abrir el dichoso paquete, con lo que mientras lo coges el bote otro macarrón cae al suelo…
Y es que no sólo pasa con los macarrones, y en general, con garbanzos, lentejas y judías, que son envueltos en esa trampa de plástico, que bueno, todavía se pueden recoger si no se te han caído muchos. Pero ¿y pan rallado? ¿Quién ha sido el cacho cabrón al que se le ha ocurrido venderlo así?
Otro tipo de abrefácil está en los envases de embutido: en este caso siempre siempre pasa lo mismo: por la esquinita en la que pone “abrir por aquí” nunca se levanta el plástico. Tienes que buscar la pestañita en cualquiera de las otras tres esquinas. Y una vez que ya lo has conseguido abrir, ya puedes ir metiendo las lonchas de lo que sea en papel de aluminio, porque es imposible cerrar aquello, y como no lo cambies de sitio la próxima vez que vayas a comer va a estar totalmente reseco aunque en el envoltorio ponga aquello de “Ahora con cierre para mantener el producto siempre fresco”. Y como tengas la suerte de que lo que hayas comprado tenga las lonchas separadas por unas finas láminas de plástico, ya puedes tener papel de cocina al lado, porque te vas a poner los dedos finos intentando quitar la mierdalplástico a la vez que la loncha que intentas despegar se rompe. Pero lo peor son las cuñas de queso ya cortadas. Atrévete a sacar la primera loncha: si coges el lateral, donde está la corteza, te llevas solo la corteza; si coges del medio te llevas un taco de lonchas…mire señor García Baquero, usted limítese a hacer el queso que ya lo cortaré yo, que además me gustan las lonchas un pelín más gruesas.
Pero no es el ámbito de la alimentación el único al que le hacen falta abrefáciles: por favor, señores ingenieros y diseñadores, ¿no hay otra manera de pegar el inicio de los rollos de papel higiénico? Cada vez que empiezas uno, intentas despegarlo por una esquinita, y cuando lo consigues e intentas despegar el resto ZAS!, se te rompe y sigues rompiendo y das una vuelta entera mientras el otro lado sigue pegado. JA, e intenta igualarlo…es como hacer un cubo de Rubik: imposible. Al final, entre unas cosas y otras acabas perdiendo tres vueltas de papel, y cuando ya has terminado inevitablemente te pones a pensar que en breve tendrás que despegar otro rollo, y pasa lo que pasa: se te pone el tic en el ojo…
Y luego está el otro mega invento: el film transparente de cocina, que viene con la sierrita en la caja y que funciona por el forro los cojones. Es imposible cortar un trozo de film con esa cosa. Al principio parece que va bien, pero cuando tiras un poco más a tomar por culo el invento: de un lado se te queda más largo, pero a la vez está más estirado, y como lo tenses un poquito más de la cuenta ya se ha hecho la raja y tienes que tirarlo y volver a coger otro trozo. Y como eres gilipollas dice: “Voy a volver a intentarlo que ahora me sale seguro.” Y te sale…igual que la vez anterior. Yo conozco gente que se ha pasado una tarde entera así para tapar la masa de las croquetas, han tenido que bajar al supermercado a comprar más film porque han acabado con el de casa de tanto intentarlo y se han acabado llevando un guantazo de la cajera: la mujer creía que estaba intentando ligar con ella, porque el del film transparente no paraba de guiñarle el ojo…

El ladrón de tampax


   Eres un ladrón de esos que van al despiste en las piscinas, en busca de la chica que deja su bolso abierto de par en par mientras está tomando al sol en la tumbona, con las gafas de sol puestas y los ojos cerrados. Ves a tu presa, oteas el recinto para comprobar que no hay nadie observando y buscando a la vez la salida más próxima del recinto para asegurarte la huida. Lo tienes todo bajo control y te decides a acercarte, de una manera sigilosa pero disimulada, sin hacer ruido, como si fueses a pasar por allí de camino hacia algún otro sitio. Ves el bolso, de esos grandes, de mimbre, abierto, por el que asoman un monedero y un neceser, mientras que otra parte queda cubierta por un pareo. ¿Habrá un iPhone 5 debajo? O aún mejor, un iPad. Te sientas en la tumbona de al lado, y te aseguras que nadie mira. Te decides. Te inclinas hacia el bolso, metes la mano y coges aquello que siempre has deseado: UN TAMPAX. 
   Justo en el momento en que lo coges y lo sacas del bolso, la chica, que resulta ser Amaia Salamanca, abre los ojos y te sujeta la mano, quitándote el botín. Te mira a los ojos y tú le muestras tu sonrisa Profident. Te sonríe, y como castigo te introduce el tampax en el puño. Se empieza a acercar gente a ver la escena. Te enseña a ponerte el tampax, y tu, ojiplático y con una sonrisa que muestra hasta los colmillos, te das por satisfecho y aprendes la lección. Menos mal que no le has quitado del bolso el MICRALAX…

jueves, 8 de agosto de 2013

El hueso que no era hueso

   Allí estaba yo, observando la cocina tras la rehabilitación después del incidente con la lavadora, cual conquistador oteando el valle que acaba de añadir a sus terrenos, con los brazos en jarra y las manos en las caderas, que parecía que me iba a poner a bailar una jota aragonesa (sólo me faltaba el pañuelo en la frente y el vaivén de izquierda a derecha), cuando de pronto, al girarme, zas!!! Sentí uno de los dolores más terribles que puede sentir el ser humano, muy por encima del dolor producido por la inflamación del astrágalo o por una patada en las gónadas…me golpeé en el hueso dulce.
   El hueso dulce, esa parte de tu cuerpo de la que no eres consciente hasta que algún día llega alguno de tus primos mayores, de esos que bebían cerveza mientras tú aún jugabas con los clicks, y empiezan a sobarte el codo y a dejarte el brazo medio tonto, cosa que al principio tenía su gracia y te reías. Pero cuando con la coña te dejaban los dos brazos colgando y no podías ni recoger tus clicks del suelo ya no te reías tanto, y acababas llorando con los brazos como peleles, los hombros caídos y los mocos colgando, porque no eras capaz ni de pasarte el antebrazo por la nariz para limpiártelos. Eso sí, en cuanto podías te tomabas tu venganza, y cogías el frasco de Farala de tu prima la fea y lo vaciabas sobre el cajón donde tu primo guardaba la camiseta de Naranjito y las revistas de mujeres pobres que no tenían ni para ropa.
   El hueso dulce, que resulta que ni siquiera es un hueso, es un nervio que pasa por el codo y al pinzarse zas!!! Te deja el brazo tonto. Pero, ¿a quién se le ocurrió ponerle el nombre de hueso dulce? ¿En qué estaba pensando? Hubiera sido mucho mejor “nervio eléctrico”, que al fin y al cabo lo que se siente cuando te golpeas es como un calambrazo; o “nervio dormilón”, porque te deja el brazo atontolinao. Pero no, tuvo que ser hueso dulce, lo que haga que venga a mi mente una serie de preguntas absurdas pero que a la vez tienen su miga: ¿tienen los diabéticos el hueso dulce garrapiñao? ¿Si me golpeo el hueso dulce con una botella de vinagre se compensa el dolor dulce con la acidez? ¿El motivo por el que a mi gata le encante olerme los codos es el hueso dulce?
   Y en la cocina estaba cuando me golpeé, y seguí las reglas básicas que han de seguirse para calmar el dolor, que son:
   1º Cerrar los ojos. Pero haciendo fuerza y arrugando la nariz. Todo el mundo sabe que el porcentaje de dolor baja de manera considerable cuando cierras los ojos tras darte un golpe.
   2º Resoplar. Importante hacerlo con los ojos cerrados. El dolor baja aún más.
   3º Llevarte la mano a la zona golpeada. Con nuestras manos mágicas y con poderes conseguimos extraer el dolor sólo situándolas en las zonas doloridas.
   4º Caminar por el lugar donde se produce el golpe haciendo la forma del ocho.
   Con estas sencillas acciones el dolor se minimiza, motivo por el que estaba yo ya por el cuarto o quinto ocho cuando zas!!! Me volví a golpear el hueso dulce, pero esta vez el del otro brazo, por lo que no pude ya practicar la imposición de las manos, y allí me quedé, con los brazos colgando y moviéndome de izquierda a derecha intentando agarrarme los brazos, pero no conseguía que se juntasen…