lunes, 1 de abril de 2013

Cambio de hora


   Bueno, pues ya ha llegado el momento, ese rato que llega todos los años un par de veces y que hace que de buenas a primeras cuando antes tenías sueño ahora tienes hambre, y cuando antes tenías hambre ahora vas y tienes sueño. Con esto del cambio de hora se ahorrarán millones de euros, de los que vosotros ni yo veremos un céntimo, pero te deja descolocao por lo menos dos o tres días. El día de antes porque te tiene medio loco pensando en si duermes una hora más o una hora menos, cuando en realidad duermes lo mismo, lo único que el resto del día se hace más corto o más largo, según toque, aparte de pensar que pasaría si no cambias la hora de los relojes que tienes en casa, (que oscilan entre seis o treinta, dependiendo de las casas) si llegarás tarde o temprano al trabajo. Y pensando pensando se te echan encima las dos de la madrugada, y como en esta ocasión haces un viaje en el tiempo sin Delorean ni ná que dura exactamente una hora. Y al día siguiente te levantas, miras el reloj, y pasa lo que tiene que pasar: que no tienes ni puta idea de la hora que es, y lo mismo te da por ir a comprar churros porque crees que son las once y cuando llegas a la churrería resulta que son las doce y cuarto, el churrero ya se ha ido y no se te ocurre otra cosa que ir a la panadería y para matar el capricho churreril te compras cuarto y mitad de saladitos (cuatro y mitad, que medidas más españolas que tenemos, como las fanegas, el celemín o la arroba, que la inventamos mucho antes que existiera “el internes”; vete tú a Londres y pide “a quarter and a half” de fish and chips, verás que risa) y te haces un lunch de esos que toman los modernos. Pero como no eres moderno ni ná, te haces un Cola Cao con los saladitos y te quedas tan agusto. Entonces es cuando te llama alguien por teléfono y te hace las dos preguntas de rigor: 1º ¿A qué hora te has levantao? 2ª (y más importante, por el énfasis que se pone a la hora de expresarla) ¿De la hora nueva o de la antigua? Y hala, otra vez a pensar, mientras miras hacia arriba y entornas un poco los ojos en actitud reflexiva y con la lengua intentas sacar una semilla se sésamo que se te ha quedado entre las muelas…
   Y el tercer día es cuando intentas retomar la rutina, mientras te acuerdas del gilipollas del presentador del telediario, que son su cara de pánfilo va diciendo que el cambio de hora afecta sobre todo a niños y a personas mayores, y tú con tus ojeras y la mirada de de dormido mucha cara de niño no tienes…
   Y yo me pregunto, sí lo que quieren es ahorrar ¿por qué no adelantar dos horas el reloj en estos tiempos de crisis? ¿Cómo harían en la antigua Roma para adelantar o atrasar los relojes de sol? ¿Movían los edificios donde se encontraban situados los relojes? Ya imagino a los pobres esclavos de turno moviendo dos veces al año el Coliseo... ¿Y qué pasa con los relojes de arena? ¿Cómo se adelantan? ¿Se les da una vuelta entera o no se les da ninguna?
   Pero lo peor, lo peor de todo esto es algo que nadie puede solucionar, y el verdadero motivo por el que se hace un cambio de hora: es imposible cambiar la hora del reloj del coche, por mucho ordenador de a bordo que tenga, GPS, USB, Wi-Fi o Supermiriafiori. De este modo las marcas se aseguran que lleves el coche al taller, para que aprovechando el cambio de aceite de turno, le digas al mecánico “y a ver si me puedes poner el reloj en hora”.
   Y como ya está acabando el tercer día del ciclo de cambio horario, parece que me encuentro un poquito mejor y se me han acabado las ideas, lo voy a dejar aquí, aunque sé que dentro de seis meses volveré a pensar lo mismo, aunque el viaje en el tiempo será al pasado, aunque todavía no se si nos metemos en un agujero de gusano o cómo lo hacemos…